En este post vamos a hablar del segundo paso en la protección respiratoria, si te perdiste el post sobre el paso 1 puedes leerlo aquí.
Una vez identificado el riesgo respiratorio (paso 1) es necesario evaluar el grado de amenaza al que podemos estar sometidos. Hay que tener en cuenta que hay algunas partículas tan pequeñas que son invisibles al ojo humano. Y es muy complicado convencer a alguien de la necesidad de protegerse frente a algo que no puede ver. Con buena iluminación, es posible distinguir una partícula de 50 micras de diámetro a una distancia de 25 cm, pero hay partículas de tamaño inferior a 5 micras que pueden llegar a nuestro sistema respiratorio y causarnos graves enfermedades –como la neumoconiosis o la fibrosis-. Y ciertos contaminantes, como el plomo, el mercurio o el cadmio, pueden pasar de los pulmones a la sangre y alcanzar así otros órganos del cuerpo: el cerebro, los riñones o el hígado. Lo peor de todo es que el daño que producen no suele advertirse de inmediato, sino meses o años después. Es decir, esos efectos crónicos pueden mostrarse cuando el daño es ya irreversible. Por eso es tan importante evaluar el riesgo.
Entre los criterios que hay que tener en cuenta para evaluar el riesgo está, además del tipo de sustancia, su toxicidad y concentración, el tiempo de exposición, la sensibilidad individual, el ritmo respiratorio, las características del lugar y la información sobre los efectos agudos y crónicos de la exposición al agente de riesgo –que debe incluir información sobre el fabricante, la composición química, los controles de exposición y los equipos de protección necesarios para enfrentarse a el y consejos de primeros auxilios-.
Para evaluar el factor de protección mínimo necesario es necesario conocer la concentración de la sustancia nociva y el nivel de exposición ocupacional (TLV) asignado a dicha sustancia. El TLV determina la concentración máxima de una sustancia específica contenida en el aire. Se calcula en un periodo de 8 horas –jornada laboral- para determinar que no existe evidencia de un riesgo nocivo por inhalación para los empleados que se exponen a dicha sustancia a diario y durante toda su jornada laboral.
Algunas sustancias tienen asignada una concentración máxima, un ‘Valor Límite Ambiental’ (VLA), por debajo del cual se puede trabajar con seguridad. Si no se sabe si la exposición personal supera el VLA, se debe hacer una medición de la exposición. Y, si se ha excedido el límite de exposición, se deben tomar las medidas oportunas.
El tamaño de las partículas determina la diferencia entre sustancias inhalables y respirables.
- Partículas inhalables: Son todas las pequeñas partículas de gases y vapores que pueden inhalarse por la nariz y por la boca. Tienen un tamaño de 100 micras o inferior. Entran a través de los pulmones y pueden moverse por el organismo a través del torrente sanguíneo.
- Partículas respirables: Son aquellas que tienen un tamaño de 10 micras o inferior y que pueden llegar a los alveolos, donde se produce el intercambio gaseoso con la sangre.
Los efectos sobre la salud pueden ser agudos o crónicos:
- Agudos.ƒIrritación ocular, tos y estornudos, generados por la presencia de polvo, un fuerte olor, etc.
- Crónicos. Silicosis -enfermedad respiratoria irreversible derivada de la exposición a sílice cristalina, utilizada en la fabricación de vidrio, cerámicas, moldes de fundiciones, etc.-, cáncer de pulmón –derivado de la exposición al amianto, entre otras sustancias-, leucemia… como consecuencia de la exposición a ciertas sustancias de forma continuada.
Entre los efectos tóxicos de los vapores, podemos destacar tres grupos, según los órganos a los que afectan:
- Sistema nervioso central: Los narcóticos deprimen la actividad del sistema nervioso y causan somnolencia. Suelen generar euforia y pérdida de la coordinación. Entre ellos están los hidrocarburos o el disulfuro de carbono
- Riñones e hígado: Son sustancias como el tetracloruro de carbono, que pueden provocar importantes daños en el hígado y los riñones y generar problemas con los disolventes orgánicos.
- Sangre: Sustancias como el benceno o las aminas aromáticas pueden generar efectos adversos sobre el sistema circulatorio y provocar leucemia.
Entre los efectos tóxicos de los gases, encontramos otros tres grupos:
- Asfixiantes simples, como el helio, el CO2 o el nitrógeno, que desplazan el oxígeno del aire y pueden generar dificultad para respirar, dolor de cabeza, sudores o respiración muy rápida.
- Asfixiantes químicos, como el CO y el H2S, que interfieren en la transmisión de oxígeno en la sangre y que pueden causar dolores de cabeza, mareos, vómitos, etc.
- Gases irritantes, como el NH3, que pueden provocar irritación ocular y de las vías respiratorias.
En el próximo post hablaremos del tercer paso en la protección respiratoria: la selección del equipo de protección adecuado para cada situación.
Visita nuestro catálogo de productos de protección respiratoria AQUÍ
¿Te ha gustado el artículo? Compártelo en tus redes sociales haciendo click en los botones de abajo